martes, 17 de junio de 2008

GUIA DE PREGUNTAS

GUIA DE PREGUNTAS SOBRE EL TEXTO DE W. BENJAMIN:

1. ¿Cuál es el objetivo del ensayo de Benjamín? 2. Resuma la historia de la reproductividad técnica en el arte. 3. Defina el concepto de “aura”. 4. ¿Cuál es la relación entre el aura y el ritual? 5. ¿Por qué la fotografía es “el primer medio de reproducción de veras revolucionario”? 6. ¿En qué sentido la reproductibilidad técnica trastorna la función del arte? 7. Explique el tránsito desde el valor cultural hacia el valor exhibitivo en la recepción de las obras de arte. 8. Explique la frase: “La época de su reproductibilidad técnica desligó al arte de su fundamento cultural”. 9. ¿En qué sentido la invención de la fotografía (y del cine) transformó completamente el carácter del arte? 10. ¿Qué (2) consecuencias se desprenden de la exhibición por medio de un mecanismo? 11. ¿Por qué con el cine se hace imposible la percepción de la realidad inmediata? 12. Explique la siguiente afirmación: “La reproductibilidad técnica de la obra artística modifica la relación de la masa para con el arte”. 13. Compare las siguientes afirmaciones: “Desde siempre ha venido siendo uno de los cometidos más importantes del arte provocar una demanda cuando todavía no ha sonado la hora de su satisfacción plena” (Benjamín). “En suma -concluye Heidegger-, la esencia de la obra de arte consiste en instalar un mundo.” 14. Diferencie la estética de Benjamín de la estética fascista.


Unidad 4 Lenguaje y Estética

La invención de novedad en los procesos de interiorización cultural. La perspectiva socio histórica.

Bibliografía de Trabajos Prácticos

-Vigotsky, L. (2003) Imaginación y creación en la edad infantil, Buenos Aires, Nuestra América edit.

-Augé, M. (1999) “La vida como relato”. En Bayardo, R; Lacarrieu, M. “La dinámica global/local” Buenos Aires, CICCUS.

Preguntas para trabajar en los espacios de trabajos prácticos

Lev S. Vigotsky

Imaginación y creación en la edad infantil

Cap. 1

Creación e imaginación

-¿Cómo distingue este autor a la actividad reproductiva de la actividad creadora? Caracterice a esta última y formule ejemplos.

-¿Cómo define al juego?

Cap. 2

Imaginación y realidad

-Explique el mecanismo psicológico de la imaginación y de la actividad creadora

-¿Qué relación existe entre fantasía y realidad? Describa sus cuatro formas principales.

-Explique la siguiente ley: “la actividad creadora de la imaginación depende directamente de la riqueza y diversidad de la experiencia anterior, ya que brinda el material con el cual se ha estructurado la fantasía”

-Explique la ley de la doble expresión de los sentimientos

-Explique la ley del signo emocional general

-Explique la ley de la realidad emocional de la imaginación

Cap. 3

Mecanismo de la imaginación creadora

-¿En qué sentido la creación es un proceso de disociación y creación de las impresiones percibidas por el sujeto?

-Explique los pasos de la composición de los procesos de la imaginación.

-Explique la siguiente ley: “la tendencia a la creación es inversamente proporcional a la simplicidad del medio”.

Marc Augé

La vida como relato

-¿Cómo define el autor la noción de relato?

-Defina las diferentes acepciones de mímesis?

-¿Cómo se abordan las nociones de memoria y olvido?

-Defina la noción de ficción.

jueves, 12 de junio de 2008

SOBRE W. BENJAMIN

LAS TRANSFORMACIONES DEL CONOCIMIENTO, LA BELLEZA Y EL SENTIMIENTO: UNA APROXIMACION A WALTER BENJAMIN

Oscar D. Amaya

No fue Benjamin un arqueólogo de las ideas, sino un alegorista y un fisonomista.

Concibió la dialéctica como una relación del sueño con el despertar: la dialéctica

organiza las reminiscencias oníricas. Intentó reconstruir el mundo social a partir

de visiones que con espléndida agudeza se apoderaban de realidades astilladas,

como el espectáculo de un café de la city después del horario bursátil o los

ceniceros desparramados después de una reunión en el interior burgués.

Es nuestro contemporáneo.

Horacio González

El presente artículo constituye una aproximación a la obra del filosofo Walter Benjamin con el propósito de enmarcar su ensayo “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica”. Se procederá en primer lugar a caracterizar la figura de este filósofo alemán como intelectual lúcido que indagó diversos aspectos de la condición humana. En segundo lugar, se puntualizarán las líneas de pensamiento que atraviesan su ensayo arriba mencionado para luego, en tercer lugar, efectuar un recorrido que organice la lectura interpretativa de “La obra de arte...”.

Acerca de Walter Benjamin

Benjamin: Estoy cansado, madre, aquí me

detengo. No puedo seguir, ¿me escuchas madre?

Madre: Pelea, pelea, mi niño.

Benjamin: Mi mundo ha muerto... soy un fantasma.

Madre: Queda tu vida, hijo.

Benjamin: No, no queda nada, dejé mi vida abandonada

en la biblioteca de París. ¿Mi hijo? El sabrá

arreglárselas. No he sido un buen padre.

Madre: ¿Y tus papeles escritos, quién los terminará?

Benjamin: Nadie, nadie. Pertenezco a otra época. Los

olvidarán con gusto. Y si no es así, dejemos que vivan

su propia vida, ya no me pertenecen.

Biografías (fragmento de programa radial con guión de R. Forster)

Como muchos especialistas en la obra de Walter Benjamin ya han confirmado, “cualquier intento de establecer una unidad a partir de textos tan variados como los de Benjamin, está siempre condenado desde el principio” (McCole, John. Walter Benjamin y las antinomias de la tradición. Cornell University Press, 1933). También atenta contra la búsqueda de unidad el hecho de que Benjamin escribiera textos muchas veces fragmentarios a lo largo de su vida, a la manera de trozos de rompecabezas, fragmentos fulgurantes a menudo contradictorios, del que quedaron muchos tramos inconclusos. Este pensador alemán no sólo escribió sobre una variedad muy amplia de temas –el teatro trágico alemán, el Romanticismo, la historia, el lenguaje y la traducción, el cine, París, Baudelaire, el materialismo dialéctico, la narración, la infancia, la identidad judía, por mencionar algunos- sino que estilísticamente se expresaba mediante la prosa, el ensayo, la correspondencia epistolar, los aforismos, las citas y en ocasiones la poesía. Su pensamiento fue producto del fructífero cruce de influencias entre el marxismo, el judaísmo y las vanguardias artísticas.

Nacido en Berlín en 1892, “un hijo de la burguesía acomodada”, como se definió a sí mismo, estudió Historia y Filosofía en la Universidad de Fribourg en Brisgau, donde sus primeros trabajos estuvieron orientados hacia la literatura y la historia del arte. Su tesis doctoral en 1919 en la Universidad de Berna trató sobre la concepción de la crítica de arte en el romanticismo alemán. Fue crítico de arte, historiador, traductor, profesor en varias universidades europeas, coleccionista, viajante y caminante nómade, lector insaciable, “cazador” de citas en infinidad de textos, buscador de “puentes” entre el pensamiento secularizador y el místico, estudioso de la decadencia de la cultura europea burguesa, “arqueólogo” de ciudades e indagador, “residente” en bibliotecas, e indagador del universo espiritual infantil, entre algunas de sus pasiones.

Su tarea intelectual estuvo ligada al Instituto de Investigaciones Sociales, fundado en 1923, y más conocido como “Escuela de Frankfurt” (relación que no estuvo exenta de tensiones), que desarrolló su producción teórica claramente marcada por el marxismo y por su férrea posición antifascista. Este Instituto estuvo conformado por un grupo de filósofos críticos del proyecto moderno-burgués y de la naciente sociedad de masas, entre los que se encontraba Theodor Adorno, con quien mantuvo una prolongada correspondencia entre 1928 hasta su muerte, (puede consultarse el libro “Theodor W. Adorno, Walter Benjamin. Correspondencia 1928-1940” que recopila este intercambio epistolar publicado por la editorial Trotta en 1998) y que dijera a propósito de este filósofo: “un escritor tiene su hogar en los textos: para quien ya no tiene patria, escribir se transforma en el lugar donde vivir”.

En el seno de un congreso internacional a propósito del centenario del natalicio de Benjamin celebrado en Osnabrück, Alemania, el filósofo Hans Lehman afirmó: “la filosofía debe ser otra vez pensar el mundo, aunque por ahora nadie se entere de ese acto. Ya no afiliarse a un autor, a una terminología, o dictar un programa higiénico. En este sentido posiblemente sea cierto que Benjamin nos puede ayudar a reflexionar este sentimiento de catástrofe espiritual que vivimos, pero si lo llevamos adentro. Si nos presta cada tanto sus ojos”.

Entre las obras de este autor, pueden nombrarse algunas relevantes, en sus traducciones al castellano: los cuatro volúmenes de “Iluminaciones” (entre 1980 y 1991 por editorial Taurus, Madrid), “El origen del drama barroco alemán” (1990, también por Taurus), “Ensayos escogidos” publicado por la revista Sur en 1967 y traducido por Héctor Murena (conocido en otras ediciones como Angelus Novus), “Infancia en Berlín hacia 1900” (1982, ediciones Alfaguara), la serie “Discursos Interrumpidos”, particularmente el Tomo I, “Filosofía del Arte y de la Historia” (1973, Taurus) y recientemente, la edición final de “Libro de los Pasajes” (2005, editorial Trotta), obra que su muerte había dejado inconclusa.

“Si escribo un alemán mejor que el de la mayoría de mi generación –admitía sin falsas modestias en 1932- lo debo en buena parte a la obediencia, durante veinte años, de una breve y única regla: no utilizar nunca la palabra Yo, a menos que sea en las cartas personales”. Desde el ascenso del nazismo en Alemania en 1933, Benjamin vivió exiliado en la casa del dramaturgo Bertold Brecht en Dinamarca y luego en la capital de Francia. Una vez estallada la guerra, estuvo en 1939 confinado en un campo de trabajos forzados en Nevers, dictando clases a cambio de cigarrillos. Una vez liberado y cuando las tropas hitlerianas entraron a París, huyó en tren hacia el sur del país dirigiéndose a Port-Bou, la ciudad fronteriza franco-española. “Leo cada periódico como si allí hubiera una orden contra mí”, le escribió a Adorno en 1940.

Al encontrar cerrada la frontera en esta ciudad (en su intento por dirigirse a Portugal para viajar a Estados Unidos) y temiendo ser descubierto y detenido por la Gestapo para ser enviado a los campos de concentración, Benjamin se envenenó tomando catorce tabletas de morfina, en septiembre de 1940. Por mucho tiempo sus restos estuvieron en una fosa común. Actualmente se hallan ubicados junto al mar en el cementerio de Port-Bou y en su lápida puede leerse un fragmento de una de la tesis de su obra “Tesis de filosofía de la historia”: “no existe ningún documento de cultura que no lo sea al mismo tiempo de la barbarie”.

Su vida entera hubo de ser una continua peregrinación, al punto que trasladó su biblioteca a través de diez ciudades, perseguido por la guerra y por su doble condición de judío y marxista. Acaso esta forma de vida haya modelado su escritura de lo fragmentario (y de pensar a la cultura como fragmentos de una totalidad irremediablemente perdida), del procedimiento por atrapar lo considerado pequeño y trivial, de lo inacabado y lo fugaz. Acaso su muerte, acaecida en una frontera, hable del modo de pensamiento y escritura que siempre lo caracterizara: la búsqueda de los márgenes en los saberes especializados, de los cruces en las disciplinas del conocimiento. Este dato del lugar de su muerte, dibuja la intención de Benjamin de extinguirse en el linde de un tiempo, el de la Europa en edad de su máxima barbarie, estallada en la guerra y en los campos de concentración

Acerca de “La obra de arte en su época de reproductibilidad técnica”

Hay que ver en el capitalismo una religión, es decir, el capitalismo sirve

esencialmente a la satisfacción de las mismas preocupaciones, suplicios,

inquietudes, a las que daban respuesta antiguamente las llamadas religiones.

Walter Benjamin

Algunas consideraciones preliminares

Benjamin encuentra (siguiendo algunos análisis de A. Verón Ospina) que la fascinación con el progreso tecnológico y la defensa de la experiencia estuvieron presentes como tensiones dialécticas en la expresión artística vanguardista de la primera mitad del siglo veinte europeo. El "maquinismo", el "futurismo" la "abstracción" fueron corrientes estéticas que identificaban las búsquedas imaginativas con el reconocimiento y el aprovechamiento que el espíritu de racionalización y la colectivización del imaginario tecnológico estaban dejando, y que trazaban nuevos límites para la acción humana a partir de una relación particular entre la razón y la máquina.

Contemporánea de las revoluciones socialistas de principios del siglo XX, las vanguardias se encontraron inspiradas por una utopía depositaria de las esperanzas de redención social. La utopía creció en el interior de una gran civilización, donde lo nuevo contenía el germen de una identificación emancipadora con las capacidades imaginativas de la subjetividad humana. Desde los inicios de la cultura industrial moderna, la novedad estuvo identificada al progreso moral o social, a pesar de que en algunos sectores de artistas y filósofos haya existido una reacción negativa a ese tipo de vanguardia, por considerarla ausente de un ideario emancipador lo suficientemente radical. La "experiencia moderna" se descubre crecientemente reducida a un presente continuo de fascinación por la novedad y la información, donde tanto las catástrofes sociales como las experiencias individuales brillan y estallan en la instantánea misma de un presente que todo lo devora. Pensar con una perspectiva histórica lo cercano, aquello que se presenta como moderno, historiar desde un ámbito crítico lo pequeño, darle voz a zonas silenciadas donde no se ha escrito la historia, se vuelve un reto que Benjamin asume.

En las corrientes vanguardistas se transparentaba esta fascinación por el progreso que prometía un nuevo entorno cultural, pregonando liberación espiritual por medio del arte, pero también augurando el reconocimiento de antiguos sentimientos que de la fascinación se aproximaban al fascismo y que los artistas de estas vanguardias hacían suyos desde el arte y la política. Benjamin recoge el ejemplo de esta “síntesis poética” que hace emblemático el idilio de los poetas con la tecnología: "Desde hace veintisiete años, nosotros, los futuristas, nos levantamos contra la idea de que la guerra sería antiestética... Por ello... afirmamos: la guerra es bella porque gracias a las máscaras antiguas, al terrible megáfono o los lanzallamas y los carros de asalto, se fundamenta la soberanía del hombre sobre la máquina subyugada. La guerra es bella, porque enriquece una pradera con orquídeas ardientes: las ametralladoras. La guerra es bella, porque reúne, para hacer una sinfonía, los disparos de fusil, los cañonazos, los altos del fuego, los perfumes y los olores de la descomposición. La guerra es bella, ya que crea arquitecturas nuevas como la de los tanques, la de las escuadrillas formadas geométricamente, la de las espirales de humo en las aldeas incendiadas...”

Resulta inquietante, además, cotejar este manifiesto con una carta que escribiera el jerarca nazi Joseph Goebbels en 1933: “nosotros los que modelamos la política moderna alemana nos sentimos personas artísticas, a quienes se ha confiado la gran responsabilidad de configurar, a partir del material crudo de las masas, la sólida y bien forjada estructura de un Pueblo”.

Son éstos, claros ejemplos de la alianza modernista entre la imagen del progreso técnico unido al desarrollo espiritual propiciados por el arte y la política, en los cuales se usa la imagen de la nueva guerra, aquella que de las lanzas y el fusil ha pasado a los tanques, las metrallas y las bombas.

Benjamin afirma en su escrito "Teorías del fascismo Alemán" de su libro “Para una crítica de la violencia y otros ensayos. (Iluminaciones IV)” que "...sin que vaya en detrimento de la importancia de las raíces económicas de la guerra, la guerra imperialista está condicionada en su núcleo más duro y fatal por la discrepancia abismal entre los inmensos medios de la técnica y la ínfima clarificación moral que aportan.". Este comentario esclarece su posición respecto de los avances de la tecnología y sus efectos, analizándolos en sus dimensiones de dominio y transformación social. Para este autor, la guerra moderna no tiene en absoluto nada de heroica, la imagen del soldado se encuentra desarticulada de cualquier representación moral que haga concebirlo como un héroe de la experiencia espiritual. Benjamin ya había indicado en sus investigaciones sobre el estudio de los pasajes en la ciudad de París, que el héroe moderno en la obra del escritor francés Charles Baudelaire no tenía la imagen del soldado, ya que la figura militar se encontraba en decadencia. Este descrédito del heroísmo militar se encontraba relacionado con la capacidad destructiva de las nuevas máquinas de guerra usadas por los ejércitos. Para Benjamin, la fascinación técnica se había vuelto fatal racionalidad instrumental para la destrucción. La vida moderna, sostiene, atenaza la experiencia individual como vivencia directa, en términos de sentimiento, deseo, amor, de contemplación del paisaje que se mira desde algún punto.

De las muchas acepciones de “experiencia” pueden utilizarse dos de ellas, presentadas en el Diccionario de Filosofía de Ferrater Mora, por resultar cercanas a la posición benjaminiana: "La aprehensión por un sujeto de una realidad, una forma de ser, un modo de hacer, una manera de vivir, etc. La experiencia es entonces un modo de conocer algo inmediatamente, antes de todo juicio formulado sobre lo aprehendido". También en términos filosóficos, la experiencia puede ser entendida como: "El hecho de soportar o sufrir algo, como cuando se dice que se experimenta un dolor, una alegría, etc.".

Si bien la noción de experiencia fue utilizada anteriormente por el filósofo Kant, es notorio que Benjamin le otorga a ésta nuevos contenidos. Esta noción es pensada por Kant como el área dentro de la cual se vuelve posible el conocimiento. Según él, no es posible conocer nada que no se halle dentro de la experiencia posible. Como el conocimiento es además conocimiento del mundo de la apariencia, la noción de experiencia es abordada con el carácter de experiencia interna, señalando que la existencia humana en el tiempo es consciente mediante tal experiencia. Para los idealistas alemanes, el proyecto era el de dar razón de los fundamentos de toda experiencia, es por ello que con esta tesis, lo que se pretendía era establecer una experiencia absoluta que de nuevo vinculase al ser humano con el mundo.

A partir de lo anterior, se puede realizar una distinción en la dimensión de la experiencia tal como Benjamin la aborda: la que refiere a vivir una experiencia como aventura, esto es, una experiencia que se ubica en el nivel psicológico inmediato como un shock, algo que se vive con absoluta inmediatez en el corazón de la cultura moderna, para luego ser abandonada a cambio de otra nueva vivencia, "la pequeña moneda de lo actual”, en sus palabras.

Este concepto de shock es analizado por el filósofo atendiendo a las investigaciones del psicoanalista Sigmund Freud: la conciencia es un escudo que protege al organismo frente a los estímulos, por tratarse de “energías demasiado grandes que trabajan en el exterior”, en palabras del psicoanalista. Así, se produce el efecto de aislar a la conciencia actual del recuerdo del pasado, algo que Benjamin analiza planteando que sin la profundidad de la memoria, la experiencia se empobrece. Así como Freud se interesó en las neurosis de guerra (trauma mental originado en los campos de batalla en la Primera Guerra Mundial), Benjamin afirmaba que esta experiencia bélica productora de shock, “se había convertido en norma” en la vida moderna, tal como lo planteó en sus textos “Poesía y capitalismo” y “Sobre algunos temas en Baudelaire”. En éste último afirma: “moverse a través del tránsito significa para el individuo una serie de shocks y de colisiones (...) a la experiencia del shock que el transeúnte sufre en medio de la multitud, corresponde la del obrero al servicio de las máquinas”. Al respecto, S. Buck-Morss en su libro “Walter Benjamin, escritor revolucionario” (Interzona editora, Buenos Aires, 2005) afirma: “en la producción industrial, no menos que en la guerra moderna, en las multitudes en las calles y en encuentros eróticos, en parques de diversiones y en casinos, el shock es la esencia misma de la experiencia moderna”.

En Benjamin, la experiencia obliga a la integración del sujeto concreto a un contexto social de carácter más amplio, a través de la tradición. Esta integración a un contexto tradicional es lo que favorece la aparición del aura (ver más abajo el subtítulo “Cómo organizar la lectura interpretativa...”), la experiencia donde se vive la realización y contacto irrepetible y único del ser humano con los objetos del mundo. De esta manera, Benjamin supera la acepción de experiencia como acumulación de información, para orientarse en pos de una experiencia más duradera y profunda de lo humano.

En su análisis de esta vivencia, alerta acerca de lo doloroso que llega a convertirse para el sujeto moderno un acercamiento directo a las cosas del mundo. En este camino se han levantado toda una serie de elementos: desde un complejo arsenal conceptual hasta un sistema moderno de regulaciones propias de las nuevas tecnologías y los medios masivos de comunicación. Por eso la crisis de la experiencia implica la dificultad que tiene el sujeto concreto de disfrutar de un hallazgo abierto y no mediado con el mundo.

La superación de esta fractura en términos de alejamiento o extrañamiento es resuelta por Benjamin a partir de habitar dos escenas de la experiencia: el viaje y el paseo. Ambas permiten salir de las costumbres de la “tribu cultural” en que el sujeto moderno se encuentra inserto. Los límites de una ciudad o de una nación son también los límites y los diques de la experiencia personal de sus ciudadanos. Se puede asumir como cierta la experiencia cultural de pertenecer a un país o una nación, pero resulta demasiado atrayente el viaje como posibilidad de fuga y escape de los límites, como verificación de que existe en la base de ese mundo, en apariencia homogéneo de la modernidad, una franja que se resiste a la estandarización del modelo.

Como respuesta a este panorama, donde el orden de la experiencia humana pareciera confrontarse y ser borrado por la acumulación de información tecnológica, la reflexión benjaminiana se constituye en una vía de entrada a una alternativa de superación del conflicto técnica – espíritu. La experiencia entonces, resulta para este autor una filosofía que de contemplación se vuelve acción de comunicar nuevos sentidos de lenguaje capaces de incidir sobre la realidad. En el ensayo que analiza este artículo, Benjamin plantea el pasaje del arte como ritual religioso o de la belleza, hacia una práctica política, a una relación dialéctica capaz de dinamitar los diques clásicos de la contemplación para enfrentarse a un tenaz reto de transformación en las maneras de percibir el mundo. Esa transformación la elabora el filósofo en aras de un lenguaje que cruza por el centro mismo de los sucesivos “magmas” o sedimentos de la expresión simbólica humana, tal como el mito, la religión, la razón o el arte.

La nueva práctica comunicativa -con la que Benjamín intenta recuperar la experiencia de carácter político y estético- se produce gracias a una profunda transformación en la manera de percibir el arte por parte del público. No se trata de una vulgarización de los bienes más refinados de las élites sino de una redención (léase revolución) por parte de una multitud que del silencio milenario y la fascinación fascista a la que fuera abocada, invertiría su papel y usurparía o escamotearía el lugar de la producción estética. Las obras de teatro, los films cinematográficos, o una literatura de la revolución, sostuvieron en Benjamin la idea de que las personas “comunes y silvestres” podrían escribir en los periódicos y las revistas, y se harían protagonistas de las tablas y de las pantallas. Resulta evidente que este filósofo estaba comprometido con las consecuencias lógicas que habría de traer esta nueva fase del proyecto moderno, en tanto éste implicase la unidad entre técnica y humanismo, es decir, la liberación de la creatividad humana en diversos grupos sociales y en diversas latitudes del planeta. Creía que las consecuencias de esto no demorarían en explotar: una escritura, tanto en la poesía como en la novela y en la filosofía, más agresiva, que ligarían palabra y revolución, palabra y compromiso individual, creación estética y transformación política.

Cabe entonces formular la pregunta de si existió por lo tanto un perfil, una forma común que tradujese la experiencia del ser moderno. La búsqueda estética y política propiciada por Benjamin implicaba un intento de transformar el mundo sabiendo comunicar esta posición. Pero saber comunicar estos contenidos no es únicamente un problema de contenidos, es también asunto de construcción de lenguaje. En Benjamin, el lenguaje no es tan sólo un medio con el que se comunica esta “experiencia redentora”, sino que para él, en el lenguaje mismo se encuentran las claves de la redención del género humano, en tanto se trata de una especie productora de lenguaje: el sujeto es una especie cultural productora de significaciones. La tarea a la que este filósofo se encomendó fue la de descubrir los elementos subterráneos irracionales e inconscientes que estaban fracturando el lenguaje transparente y unívoco de la tradición mayoritaria en Occidente, para dirigirse entonces hacia la construcción de una nueva racionalidad, capaz de asumir tanto la sinrazón, como de edificar una nueva historia, donde se recupere a través de la memoria de los humillados y ofendidos, el recuerdo de los vencidos.

Esta tradición moderna fue abordada por Benjamin analizándola a lo largo de todo su proyecto racional o de abstracción, en el movimiento de sometimiento de la naturaleza y la realidad social, a universales y categorías generales. Tanto en el idealismo, como en la ilustración y en el positivismo, esta tradición configuró una epistemología o un estatuto de verdad que penetró y determinó a las prácticas sociales, donde el progreso surgió como idea redentora y reconciliadora entre las palabras y el mundo: redención de una humanidad que avizoraba en el futuro las esperanzas perdidas en anteriores pasados. Al respecto, Benjamin plantea en su texto "Teoría del progreso": “No sirve de nada decir que el pasado aclara el presente o que el presente aclara el pasado. Una imagen contraria y quizá mejor es aquella en que el Antes encuentra al Ahora, en un relámpago fugaz y para formar una constelación. Dicho de otra manera, esta imagen es la dialéctica en detención. Pues mientras que la relación entre pasado y presente es puramente temporal, la relación del Antes con el Ahora es dialéctica: no es de naturaleza temporal, sino figurativa... No es algo que se desarrolla, sino una imagen de brusca discontinuidad. Apenas las imágenes dialécticas son imágenes auténticas, y el lugar donde las encontramos es el lenguaje”.

Este fenómeno, denominado tragedia de la cultura moderna, tiene en Benjamín un momento de tensión gracias a la reflexión que realiza acerca del papel que el lenguaje posee en el territorio de la experiencia cultural, debido a que la estética expresa la respuesta del individuo concreto frente a la devaluación de la experiencia humana.

Para el pensador alemán, el saber debe convertirse en acción unida a la conciencia individual, como el origen del conocimiento y de la acción. El ser del hombre no reside en el saber, sino que se justifica gracias a la acción. La acción humana incide en la historia, una historia consciente de su propia naturaleza. Su pensamiento dialéctico le permite sostener que el ser humano trasciende mediante la acción histórica.

La historia de la burguesía es la historia de una economía y de una ética basadas en la autonomía que expone al filósofo alemán Immanuel Kant como su portavoz moderno. Su economía es la de una sociedad en que producción, distribución y consumo operan al modo de un engranaje. El sujeto cobra vigor en esta estructura cuando las prescripciones externas a él se diluyen en los mecanismos internos de la oferta y la demanda.

Una dialéctica de la experiencia que puede pensarse también a partir del reconocimiento del "otro", el distinto, ése por quien se vieron seducidos y obligados a viajar los antropólogos occidentales del siglo XIX y que produjo el contacto con la posibilidad de situar al hombre moderno en una nueva ruta experiencial, entendida como la fascinación por lo distinto. El recorrido entonces lleva hacia el “otro", quien habla desde su diferencia, ya sea marginado social o extranjero, mujer o niño, pero también ese otro que diariamente niega, confronta, y se diferencia, y de quien el científico recoge un vasto repertorio de signos que configuran otras maneras de pensar y de sentir.

Para Benjamin, el camino que redime al pensamiento moderno de la escisión entre información abstracta y experiencia concreta, pasa por el reconocimiento de la condición heroica de quien habita los márgenes de la cultura, los nuevos escenarios de la ciudad moderna, el extrañamiento y el shock, que producen en el sujeto moderno una otredad para consigo mismo. El reconocimiento de ese héroe moderno, el cual se perfila surgiendo de las cenizas de la historia, los sucesivos restos del tiempo acumulado -de los dioses a la máquina, de lo sagrado a lo profano- los lleva inscritos en la piel, aunque sus ojos hayan pasado de contemplar el drama religioso al de la política, la economía y la superabundancia de imágenes, un desgarramiento abordado a lo largo de la obra de Benjamin.

Cómo organizar la lectura interpretativa de “La obra de arte...”

Hay un cuadro de Paul Klee que se llama Angelus Novus. En él se presenta a un

ángel que parece como si estuviese a punto de alejarse de algo que le tiene

pasmado. Sus ojos están desmesuradamente abiertos, la boca abierta y extendidas

las alas. Y éste deberá ser el aspecto del ángel de la historia. Ha vuelto el rostro

hacia el pasado. Donde a nosotros se nos manifiesta una cadena de datos,

él ve una catástrofe única que amontona incansablemente ruina sobre ruina,

arrojándolas a sus pies. Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos

y recomponer lo despedazado. Pero desde el Paraíso sopla un huracán que

se ha enredado en sus alas y que es tan fuerte que el ángel ya no puede cerrarlas.

Este huracán le empuja irreteniblemente hacia el futuro, al cual da las espaldas,

mientras que los montones de ruinas crecen ante él hacia el cielo.

Ese huracán es lo que nosotros llamamos progreso.

Walter Benjamin

Antes de comentar puntualmente el texto, es necesario insistir en una característica central de la escritura de Walter Benjamin: debido a su desconfianza en la expresión lineal de las ideas –como si los problemas teóricos fuesen claros y fácilmente delimitables- este autor prefería desarrollar sus reflexiones en forma de “constelaciones” con el objeto de producir “iluminaciones profanas.” Por constelaciones, Benjamin entendía la conjunción de problemas y cuestiones aparentemente contradictorias o poco relacionadas con el tema que se proponía discutir, con el objeto de que al yuxtaponerlos pudiese emerger una comprensión profunda de aquello que se discutía (una revelación con componentes místicos, aunque profundamente intelectual a la vez). “Pensamiento en acertijo” lo llamó Adorno, revelando la raíz surrealista y expresionista del procedimiento teórico e investigativo de Benjamin. “Este método –afirma el sociólogo argentino H. González- que es el de los montajistas, los niños y los coleccionistas, forma parte de un ensayo general de estetizar la filosofía y de investigar el lejano y esquivo nombre original de las cosas, lo que equivaldría a ´revelar la verdad´ a través de la tarea del traductor”. Aunque “La obra de arte...” es uno de sus textos menos fragmentarios, sigue siendo válida la advertencia de no leerlo linealmente, sino en forma dialéctica (se afirma una idea, se la niega, se recupera la idea previa pero con significados nuevos.)

Por su parte, Buck-Morss reflexiona: “el escribir, Benjamin imitaba al camarógrafo. Las características más distintivas de su escritura –la construcción de imágenes a partir de fragmentos verbales, el foco puesto en el detalle, la yuxtaposición de extremos, la sucesión discontinua e independiente de partes- tenían una enorme deuda con las técnicas cinematográficas. Sus “constelaciones” estaban construidas de acuerdo con principios que las hacían análogas al ensamblaje de “células de montaje” en los filmes de Sergei Eisenstein.”

“La obra de arte...” forma parte de “Discursos Interrumpidos” y, aunque toda la obra de Benjamin puede ser leída como una reflexión sobre la Modernidad, este texto tuvo siempre un claro protagonismo en el debate acerca de dicha problemática. Escrito en el marco de un análisis político sobre la reproducción de las obras de arte, excede tal objetivo y se convierte en un agudo abordaje del cambio radical del status del arte y su relación con la tecnología en la era moderna. Tanto la fotografía como el cine –y su inédito consumo por parte de las masas- serán considerados como factores centrales del proceso mencionado. El nuevo público masivo, llevado por una creciente necesidad de adueñarse de la obra “trastorna la función íntegra del arte”, según Benjamin manifiesta. Este pensador creía que el proceso de reproductibilidad de imágenes de obras de arte permitiría atacar a la cultura burguesa en sus posesiones estéticas, ya que mediante este proceso estas obras perdían el aura de tesoros culturales únicos en su clase y así, su importancia como pertenencias privadas.

Para Buck-Morss, este optimismo con respecto a las transformaciones tecnológicas se basaba en la creencia de Benjamín en “que la tecnología industrial había por un lado provocado una fragmentación de la experiencia, pero por otro había proporcionado los medios para volver a reunirla bajo una nueva forma; una que, si bien permanecía en el mundo de las apariencias, permitía expresarla en un lenguaje crítico y autorreflexivo”.

Este filósofo alemán escribe su ensayo alarmado por el uso del cine para la propaganda política y el exterminio por parte del régimen nazi. Plantea que si bien el arte de masas marca la superación de la autonomía artística, lo hace en un sentido que resulta peligroso: bajo la cubierta de la politización, este autor cree que se produce la estatización de la violencia política. Afirma que el clásico concepto marxista de alienación generada por el trabajo industrial, tiene su correlato cultural en un empobrecimiento de la percepción de lo real al que conduce el arte de masas, multiplicado al infinito por obra de la técnica. La naciente cultura de la imagen no sólo le acerca al hombre moderno mundos exóticos que compensaron –a modo de los sueños- la miseria de su vida cotidiana, sino que también empieza a servir para sustituir con datos lo que el hombre ya no puede ni se molesta en verificar a su alrededor, fenómeno que constituye la cancelación de su experiencia.

Resulta importante considerar lo que algunos estudiosos de la reflexión benjaminiana aportan. Por ejemplo, y analizando este ensayo, el ya citado González afirma: “el arte quedaba convertido en el sacrificio de las masas ante el nuevo despotismo que se alzaba en las plazas públicas. La técnica se estetizaba en la guerra y perdía su respiración creadora, cubriendo Europa de cadáveres, cenizas, automóviles baleados y máscaras de gas. Frente a ello, esa necesario contar una historia sin la técnica, sin el arte y sin la idea de progreso del fascismo. Una historia a contrapelo, exclamó Benjamin”. En tanto que para Buck-Morss, este pensador “nos está diciendo que la alienación sensorial está en el origen de la estetización de la política, que el fascismo no inventa sino que meramente administra. Hemos de asumir que la alienación y la política estetizada, en tanto condiciones sensoriales de la modernidad, sobreviven al fascismo, y que del mismo modo lo sobrevive el goce obtenido en la contemplación de nuestra propia destrucción”. Esta autora somete a análisis la propuesta de Benjamin de “politización del arte”, interpretando que el filósofo “le exige al arte una tarea mucho más difícil: la de deshacer la alienación del sensorium corporal, restaurar la fuerza instintiva de los sentidos corporales por el bien de la autopreservación de la humanidad, y la de hacer todo esto no evitando las nuevas tecnologías sino atravesándolas”.

“La obra de arte...” se compone de un prólogo, quince apartados y un epílogo. En el prólogo, Benjamin expone sus objetivos teóricos: analizar la producción artística para reconducirla a los fines revolucionarios. Que el arte contribuya a la revolución proletaria implicará abandonar la concepción burguesa/idealista de arte, así como la noción fascista y estalinista de arte (con sus enormes diferencias, ambos subordinan la autonomía del arte a los intereses del Estado). Para Benjamin, cada persona debe contribuir a la revolución interviniendo en su ámbito específico de trabajo, siendo conciente de las condiciones de producción modernas. Si se piensa en el arte, sugiere de alguna manera Benjamin, esos “datos actuales” son la pérdida de aura del objeto artístico y la vigencia de la copia para satisfacción de las masas (piénsese cuánto valor tiene la “Mona Lisa” pintada por Da Vinci, en virtud de ser única e irrepetible, y lo poco que importa ver una u otra copia de un filme.) En síntesis, en este prólogo Benjamin anticipa su plan de trabajo sobre la relación arte-política en la Modernidad.

El primer apartado comienza a trabajar la reproducción de la obra de arte desde una perspectiva histórica. Esta sección releva cómo la obra de arte fue concebida como original y única en el mundo antiguo y, a través de sucesivas transformaciones, la reproducción técnica dejó de ser un criterio accesorio del arte para irse transformando en hegemónico. Respecto a esta sección, es importante relevar el concepto de reproducción en la esfera artística.

En la segunda sección, se establece una de las ideas nodales del texto: “incluso en la reproducción mejor acabada falta algo; el aquí y ahora de la obra de arte, su existencia irrepetible en el lugar en que se encuentra”. Es decir, una obra de arte auténtica (aurática en la terminología de Benjamin) será la materialización de ciertas condiciones concretas de existencia y de una relación vital y específica del productor con los materiales de la obra; relación inexistente en la obra de arte reproducida mecánicamente.

En el segundo párrafo se establece una diferencia central entre obras auráticas y no auráticas: las primeras siempre conservan autoridad por ser únicas (si alguien destruyese el cuadro la Mona Lisa de Da Vinci, esta obra cesa de existir; si alguien quema una película, muy probablemente existan decenas de copias de la misma, puesto que en la obra de arte no aurática es imposible distinguir entre original y copia.)

El desarrollo de esta idea alcanza el párrafo siguiente, donde se redondea la relación entre autoridad y autenticidad. El último párrafo advierte ya implicancias políticas de la conmoción generada por este nuevo tipo de obras de arte –en particular el cine- que desvincula la obra del ámbito de la tradición y la pone cara a cara con las masas.

En la sección tres, el eje del artículo se desplaza (en conformidad con la lógica no lineal de la escritura benjaminiana) a las problemáticas de percepción sensorial. Resulta muy importante la relación que establece el autor entre cambios sociales y transformaciones en la percepción y la sensibilidad de una época. A continuación, recuperando lo desarrollado en el segundo apartado, se ilustra el concepto de aura. Sin embargo, ya se establece un vínculo explícito entre aura y sociedad, ya que se habla de considerar “los condicionamientos sociales del actual desmoronamiento del aura.”.

En el cuarto apartado, se identifica el arte aurático con la tradición. Esta relación se materializaba en el culto. Lo cultual de la obra aurática no se explica por la vinculación mágica y religiosa de las primeras obras de arte, sino porque la verdadera obra de arte se funda en el ritual en el que tuvo su primer y original valor útil. Tal ritualidad /autenticidad de la obra entra en crisis con “el primer medio de reproducción de veras revolucionario, a saber la fotografía”. No son relevantes, a los efectos del tipo de abordaje de este texto en los trabajos prácticos, los conceptos de l’art pour l’art y lo dicho sobre Mallarmé. Finalmente, la idea-fuerza en relación a esta cuestión se expresa –luego de su correspondiente derrotero dialéctico- en la siguiente afirmación: “por primera vez en la historia universal, la reproductibilidad técnica emancipa a la obra artística de su existencia parasitaria en un ritual”. Sí es de relevancia en este apartado lo que afirma el autor para entender el meollo de su argumentación: si hoy la técnica ya no permite legitimar la obra de arte en su función ritual, necesariamente se trastorna la función íntegra del arte. Según Benjamin, la fundamentación actual del arte no se encuentra en lo ritual, sino en la política.

Es importante observar los aspectos polares que caracterizan a las obras de arte: valor cultual y valor exhibitivo. Los ejemplos dados vuelven a establecer diferencias entre el arte aurático (predominantemente cultual) y el no aurático (fundamentalmente exhibitivo). Benjamin afirma que la hegemonía de uno u otro valor modifica cualitativamente la naturaleza del objeto artístico.

La sección seis marca una línea divisoria en el ensayo: hasta aquí se puso énfasis en definir el arte no aurático o susceptible de reproducción mecánica y, para ello, se lo diferenció minuciosamente del arte cultual. A partir de esta sección, el análisis se focaliza en la fotografía y el cine, al menos hasta las secciones catorce en adelante.

Para ello, el autor ejemplifica cómo el paso de la modalidad cultual a la exhibitiva no es abrupta, sino producto de una transición. Benjamin lo ejemplifica con la apariencia o ausencia del rostro humano en la fotografía.

Dicha transición de la tradición a la Modernidad, se manifestó en la lucha de la fotografía por ser considerada generadora de tanto valor artístico como la pintura, de lo que se informa en la séptima sección. Otras informaciones comprendidas en este apartado no resultan imprescindibles para la comprensión global del texto.

De contenido más descriptivo, los apartados ocho, nueve, diez y once reflejan una nueva modalidad de relación entre productor y obra: en el cine, el actor no moldea materiales para constituir una obra; por el contrario, el actor debe someterse a las imposiciones del mecanismo técnico, perdiendo hasta la posibilidad de crear de acuerdo a las necesidades corporales y temporales humanas (obsérvese cómo el montaje cinematográfico descompone la acción humana del actor en un tiempo y espacio abstractos, irreconciliables con los percibidos por el hombre.) Es importante comparar la manipulación del actor cinematográfico con lo vivenciado por el actor de teatro.

Si en los primeros apartados Benjamin hizo hincapié en las diferencias perceptivas y estatutarias del arte, por primera vez en la doceava sección se presenta una tesis general acerca de la relación masa-arte: “la reproductibilidad técnica de la obra artística modifica la relación de la masa para con el arte”. Así, la masa se identifica más con Chaplin que con Picasso, porque el cómico trabaja con materiales propios de la experiencia moderna, con las condiciones sociales vigentes en su contemporaneidad: la máquina y su impersonal brutalidad, el movimiento acelerado, la transformación de lo urbano, etcétera.

El autor plantea que existe una nueva modalidad de recepción colectiva, a la que acceden las masas: hay nuevas condiciones sociales que alientan la emergencia de una producción y recepción del hecho artístico. Al respecto, es importante considerar las reflexiones sobre el cine del apartado trece. Ya existe allí una valoración positiva de los nuevos medios artísticos. Intente rescatar tal razonamiento.

Es aconsejable leer cuidadosamente las dos últimas secciones y el epílogo, porque consolidan los argumentos y las tesis fundamentales del artículo.

En el apartado catorce, Benjamin sostiene que las vanguardias artísticas intentaban ser revolucionarias, pero seguían atadas a ciertas restricciones propias de los materiales de la pintura (la pintura no puede expresar la aceleración de la experiencia urbana tan fielmente como el cine, por sólo citar un ejemplo.)

Para Benjamin, la experiencia del cine es enriquecedora, porque allí la masa destruye la recepción tradicional/burguesa del arte (contemplación, recogimiento) e impone la posibilidad de su recepción colectiva. Así lo expresa el autor en el apartado quince, donde plantea cuáles son las consecuencias políticas de este pensamiento.

Por último, el epílogo sumerge la discusión desarrollada en el texto en vectores decididamente políticos. Las últimas líneas del mismo sirven como síntesis y como posible solución sobre cómo reconducir la práctica artística a los fines revolucionarios, es decir, la politización del arte.

"En los ámbitos que nos incumben, el conocimiento se da sólo como un relámpago. El texto es como el trueno que resuena después largamente." Walter Benjamin. El libro de los pasajes.

lunes, 17 de marzo de 2008

El arte: la verdad y la mentira

EL ARTE ES UNA MENTIRA QUE NOS HACE VER LA VERDAD

por Pablo Picasso[1]

No puedo comprender la importancia que se da a la palabra investigación en relación con la pintura moderna. A mi modo de ver, buscar no quiere decir nada en pintura. Lo importante es encontrar. A nadie le interesa seguir a un hombre que, con la mirada puesta en el suelo, se pasa la vida buscando la cartera que la suerte puede ponerle en su camino. El que encuentre algo, sea lo que fuere, aun sin buscarlo, despierta al menos nuestra curiosidad, si no nuestra admiración.
Entre los varios pecados de que me acusan ninguno tan falso como el de que mi objetivo fundamental de trabajo sea el espíritu de investigación. Mi objeto al pintar es mostrar lo que he encontrado, no lo que estoy buscando. En el arte no basta con intenciones y, como decimos en español: obras son amores y no buenas razones. Lo que cuenta es lo que se hace y no lo que se tenía la intención de hacer.
Todos sabemos que el arte no es la verdad. Es una mentira que nos hace ver la verdad, al menos aquella que nos es dado comprender. El artista debe saber el modo de convencer a los demás de la verdad de sus mentiras. Si en su trabajo sólo muestra que ha buscado y rebuscado el modo de que le creyeran sus mentiras, nunca conseguiría nada.
Con frecuencia la preocupación de investigar ha hecho que se extraviara la pintura, y que el artista se perdiera en elucubraciones mentales. Quizá sea éste el defecto principal del arte moderno. El espíritu de investigación ha envenenado a los que no comprendieron bien todos los elementos positivos y decisivos del arte moderno y les hizo tratar de pintar lo invisible y, por consiguiente, lo que no se puede pintar.
Hablan de naturalismo en oposición a la pintura moderna. Me gustaría saber si alguien ha visto jamás una obra de arte natural. La naturaleza y el arte, por ser cosas diferentes, nunca podrán ser lo mismo. Con el arte expresamos nuestro concepto de lo que no es la naturaleza. Velázquez nos legó su impresión de las gentes de su época. Eran, sin duda alguna, diferentes de como las pintó, pero, no podemos concebir a Felipe IV de ningún otro modo que como lo pintó Velázquez. Rubens hizo también un retrato del mismo rey y en el cuadro de Rubens parece alguien totalmente distinto. Creemos en el de Velázquez porque nos convence con su fuerza superior.
Desde los primeros pintores, los primitivos, cuyas obras difieren de un modo evidente de la naturaleza, hasta artistas como David, Ingres y el mismo Bouguereau, que creían pintar la naturaleza tal y como es, el arte ha sido siempre arte y no naturaleza. Y desde el punto de vista del arte no hay formas concretas y abstractas: sólo hay formas que son mentiras más o menos convincentes. Es indiscutible que tales mentiras son necesarias para nuestra mente, pues a través de ellas formamos nuestro punto de vista estético de la vida.
El cubismo no es diferente de las demás escuelas de pintura. Los mismos principios y los mismos elementos son comunes a todas ellas. No significa nada el hecho de que durante largo tiempo haya sido incomprendido el cubismo ni que hasta hoy haya quien no vea nada en él. Yo no leo inglés; un libro inglés es para mí un libro en blanco, pero esto no significa que el idioma inglés no exista, y ¿a quién puedo culpar sino a mí mismo por no comprender algo de lo que nada entiendo? También oigo a menudo la palabra evolución. Con frecuencia me piden que explique la evolución de mi pintura. Para mí no hay en el arte ni pasado ni futuro. Si una obra de arte no puede vivir siempre en el presente no se la debe tomar en consideración. El arte de los griegos, el de los egipcios, el de los grandes pintores que vivieron en otros tiempos, no es arte del pasado, quizá esté hoy más vivo que en ninguna otra época. El arte no evoluciona por sí mismo; cambian las ideas y con ellas su forma de expresión. Cuando oigo hablar de la evolución de un artista, me parece que le consideran como si estuviera entre dos espejos paralelos que reproducen su imagen un número infinito de veces, y que contemplan las imágenes sucesivas de uno de los espejos como si fueran su pasado, y las del otro espejo como su futuro, mientras que a su imagen real la ven como su presente, sin pensar que todas ellas son la misma imagen en diferentes planos.
Variación no significa evolución. Si un artista varía, su forma de expresión sólo quiere decir que ha cambiado su modo de pensar y este cambio puede haber sido para mejorar o para empeorar.
Las diversas maneras que he utilizado en mi arte no se deben considerar como evolución o como escalones hacia un ideal desconocido de la pintura. Todo lo que he hecho en mi vida ha sido para el presente, y con la esperanza de que siempre continúe en el presente. Nunca he pensado en el espíritu de investigación. Cuando he encontrado algo que expresar lo he hecho sin pensar en el pasado o en el futuro. No creo haber utilizado elementos fundamentalmente distintos en mis diferentes modos de pintar.
Si los temas que he querido expresar han sugerido maneras diferentes de expresión no he dudado nunca en adoptarlas. Nunca he hecho pruebas ni experimentos, siempre que he tenido algo que decir lo he dicho del modo que yo sentía más ajustado. Motivos diferentes exigen diferentes métodos de expresión. Esto no significa ni evolución ni progreso, sino una adaptación de la idea que se quiere expresar y de los medios de expresión. No existen artes de transición. Hay en la historia cronológica del arte periodos más positivos, más completos que otros. Esto quiere decir que hay épocas en que hay mejores artistas que en otras. Si se pudiera representar gráficamente la historia del arte como en una tabla de las que usan las enfermeras para anotar los cambios de temperatura del enfermo, se vería el mismo perfil montañoso, prueba de que en el arte no hay progreso ascendente, sino alzas y bajas que pueden ocurrir en cualquier momento. Lo mismo sucede con la obra del artista individual.
Muchos piensan que el cubismo es un arte de transición, un experimento que traerá resultados posteriores, los que así lo creen no lo han comprendido. El cubismo no es semilla ni feto, sino un arte que trata fundamentalmente de las formas, y cuando se crea una forma, ésta adquiere vida propia. Una sustancia mineral con forma geométrica, no toma esa forma con fines transitorios sino que continuará siendo lo que es y conservará su propia forma. Si aplicáramos al arte las leyes de la evolución y el transformismo tendríamos que reconocer que todo arte es transitorio. El arte, por el contrario, no entra en estos absolutismos filosóficos. Si el cubismo es un arte de transición estoy convencido de que lo único que saldrá de él será otra forma de cubismo.
Para darle una interpretación más sencilla se ha relacionado al cubismo con las matemáticas, la trigonometría, la química, el psicoanálisis, la música y otras tantas cosas. Todo ello ha sido pura literatura, por no decir sandeces, que trajo malos resultados y oscureció con teorías la visión de las gentes.
El cubismo se ha mantenido dentro de los límites y limitaciones de la pintura, sin que jamás pretendiera llegar más lejos. En el cubismo se practica el dibujo, la composición y el color con el mismo espíritu y de la misma manera que los comprenden y practican las demás escuelas. Puede que nuestros temas sean diferentes, pues hemos introducido en la pintura objetos y formas enteramente ignorados. Hemos abierto los ojos y la mente a lo que nos rodea.
Damos a la forma y al color todo su significado individual, en tanto como podemos; tenemos en nuestros temas la alegría del descubrimiento, el gozo de lo inesperado; nuestro tema es, en sí mismo, una fuente de interés. Pero, ¿para qué decir lo que hacemos si para enterarse basta con querer verlo?

GUÍA DE PREGUNTAS

1. ¿Por qué no tiene sentido hablar de investigación en pintura? 2. ¿Cómo se puede encontrar sin buscar? 3. ¿Cuál es el objeto del arte? 4. ¿Por qué el arte es una mentira? 5. ¿En qué sentido el arte nos hace ver la verdad? 6. ¿Por qué es imposible un arte natural? 7. ¿“Verdadero” y “convincente” son sinónimos para Picasso? 8. ¿Por qué sólo hay arte en el presente? 9. ¿Por qué no hay progreso en el arte?

[1] Declaraciones hechas a Marius de Zayas en 1923, aparecidas en mayo de ese mismo año en la revista The Arts de Nueva York.

LA ESENCIA DEL ARTE EN HEIDEGGER

MANUEL OLASAGASTI

INTRODUCCION A HEIDEGGER

Ediciones de la Revista de Occidente
M A D R I D
iv

ARTE Y POESÍA

38. Arte como estética

La preocupación por el arte es visible en gran parte de los escritos de Heidegger. Esta preocupación se acentúa a partir de 1936, año en que pronuncia sus conferencias sobre «El origen de la obra de arte» (Der Ursprung des Kunstwerkes) y dicta las lecciones sobre «La voluntad de poder como arte» (Der Wille zur Macht als Kunst, 1936-1937). No se trata de excursus fuera de la «especialidad» del pensador, de concesiones al público para aliviar la aridez de su temática habitual ni tampoco a sí mismo, a sus propias aficiones teorizantes en el campo del arte, si con ello se alude a una «filosofía del arte» en el sentido usual de la expresión: fundamentación metafísica del arte. Ya se sabe que Heidegger no hace metafísica. Al ocuparse del arte, no se sale de su tema: la verdad del ser. Para Heidegger el arte es esencialmente una forma de patentizar el ser. El arte no es primariamente belleza ni creación, sino verdad. Con esta tesis Heidegger se enfrenta con toda la tradición occidental. Para esta el arte es estética. Heidegger, especialmente en «La voluntad de poder como arte», persigue la historia de la estética, con el fin de averiguar su origen y vicisitudes, qué era el arte antes de ser estética, por qué pasó a ser estética, qué suerte ha corrido mientras la ha sido y qué perspectivas se abren al arte en el futuro.
El término «estética» es relativamente reciente, del siglo xviii; pero lo designado con él tiene viejas raíces. Baumgarten lo adoptó para significar la filosofía del arte. El arte sería cosa de la sensibilidad (aísthesis); la filosofía del arte no tendría otro objeto que construir una teoría racional de la sensibilidad. Por el «gusto» -una facultad de la sensibilidad- captamos el objeto bello y lo «gozamos». La estética como filosofía del arte explica por principios racionales el funcionamiento de esa facultad de lo bello. La estética juega en el ámbito artístico el mismo papel que la lógica en el pensar; es la lógica de la sensibilidad. Kant intentó oponerse a este uso de una palabra que, a su juicio, nada tenía que ver con lo bello, y trató de restaurar el genuino sentido etimológico, llamando «estética» a la teoría del conocimiento sensible. Pero el uso siguió vigente. No era una mera cuestión verbal. Heidegger opina que la palabra «estética» fue decisiva para el puesto que el arte ocupó en la existencia histórica durante el siglo de Goethe, Schiller, Schelling y Hegel.
El arte como estética es tan viejo, que la reflexión filosófica griega sobre la esencia del arte y de lo bello «comienza ya como estética». Se intenta aclarar la esencia del arte partiendo de las «vivencias» del artista y del contemplador: sus sentimientos, sensaciones, mundo interior... Se toma como punto de partida el artista y el espectador, y no la obra misma.
Pero antes de haber estética hubo arte incluso arte griego. Sólo que ese arte griego quedó sin su correspondiente reflexión conceptual -que no tenía por qué ser «filosofía» del arte-. Esto no quiere decir que en los albores del arte griego artistas y público se limitasen a «vivir» el arte, a tener «vivencias», sin elevarlas a teoría. Por fortuna -observa Heidegger- los griegos contemporáneos del «gran arte» no tuvieron «vivencias», como tampoco tuvieran ni necesitaron una «estética». La estética comienza en Grecia cuando el «gran arte» griego ha concluido, como la «filosofía nace cuando el pensar griego más profundo toca a su fin. Arte y pensar griegos son contemporáneos, lo mismo que la filosofía y estética griegas. Platón y Aristóteles, que representan para Heidegger el declinar del pensamiento griego y el orto de la filosofía, son también los fundadores de la estética. Ellos prestarán a toda la historia subsiguiente de Occidente el punto de vista desde el que se contemplará el arte hasta nuestros días: los conceptos de materia-forma y tékhne.
La distinción materia-forma está fundada en una previa diferenciación platónica entre el ente y su aparecer como eídos e idéa. Lo que distingue a un ente de otro y lo delimita ad intra y ad extra es su eidos, su forma de aparecer. Lo determinado es interpretado como materia, hýle, y lo determinante como forma, morphé. Lo bello resulta ser lo más manifiesto, eídos, lo que es más idéa. Cuando la obra de arte se contempla desde el eídos, el arte es interpretado como manifestación de la belleza.
Pero el arte es también para los griegos tékhne. Es sabido que con este vocablo se designa la obra de arte, pero también la obra manual; y con la palabra tekhnítes, el artista y el artesano. Más tarde se introduce el uso terminológico de tékhne para expresar una forma particular del producir humano: el artístico, y se supone que el significado griego original de tékhne sería el hacer humano en general, que luego se especificaría en manual y artístico. Por tanto, lo esencial del arte consistiría en ser una forma peculiar del producir. Pero, según Heidegger, tal modo de interpretar el arte es ajeno a la mentalidad griega más auténtica. ¿Qué era tékhne para los griegos? Para averiguarlo, Heidegger recurre al a contrario sensu intelligite agustiniano. Los griegos contraponían tékhne a physis. Physis no era para los griegos lo que ahora llamamos «naturaleza».
Era simplemente «el primero y esencial nombre para el ente como tal y en su totalidad». El ente -physis- es para los griegos aquello que por sí y desde sí brota, se retrae y perece.
El hombre tiene que hacer su existencia en medio de los entes. Para orientarse en su conducta necesita un saber de entes. Ese saber -que no tiene nada de teórico se llama tékhne. Por tanto, primariamente no se trata de hacer o producir; se trata de un saber conducirse entre entes, un saber arreglárselas en la existencia. A veces significa el saber humano, simplemente. De modo señalado expresa el saber producir enseres y obras de arte; es decir, conferir una existencia -por así decirlo de segundo orden a entes que ya habían brotado desde sí (physis) y se mantenían en su ser. Tampoco se trata aquí de un hacer y producir como tal, sino de un saber: saber conducirse en medio de los entes en la forma de un producir. Como ello tiene lugar por la fabricación de instrumentos y obras de arte, queda como sentido prevalente de tékhne ese saber. Por tanto, el artista y el artesano son tekhnítes, no porque fabriquen objetos artísticos y artificiales, sino porque con ese fabricar saben. conducirse en medio del ente (phýsis) y apoyándose en él. Ese conducirse no es en ningún sentido ataque (Angriff) al ente, sino un dejar que lo presente haga acto de presencia (Ankommenlassen). Este sentido genuino de tékhne nunca salió a luz ni en la filosofía griega ni en la posterior reflexión occidental.
Con el esquema materia-forma sufre ya la esencia del arte una inflexión y pierde su sentido originario. Todavía en Aristóteles tékhne es un modo de saber, aunque no el único; pero entra ya en el ámbito de la estética, al restringiese su significado a la producción de cosas bellas. La distinción materia-forma no era adecuada para expresar lo que los griegos vieron en el arte. El hecho de que esa distinción tenga su origen en la interpretación del ser instrumental hace ya problemática su aplicabilidad a otras esferas de la realidad. El concepto materia-forma se convirtió en un esquema, un concepto general, universalmente válido. Con ello ha perdido virtualidad para poder decir con eficacia y justeza lo peculiar del arte; lo que ha ganado en extensión lo ha perdido en precisión.
La Edad Moderna es una nueva etapa en la historia del arte. El hombre como sujeto pensante (cogito, sum) se constituye en fundamento de la verdad. El modo como el hombre se siente a sí mismo (el hombre y sus estados de conciencia) decidirá el encuentro con las cosas y la manera de verlas. La reflexión sobre lo bello es ahora exclusivamente estética, teniendo por única base la situación emocional del hombre. Simultáneamente se consuma un acontecimiento que venía preparándose de tiempo atrás: la decadencia del arte. La grandeza del arte no consiste propiamente en la calidad de lo creado, sino en lo que tiene de «necesidad absoluta», en ser camino y morada del hombre en su búsqueda de la verdad (en el «descubrimiento del ente», dice Heidegger). Sólo cuando en el arte se le descubre al hombre lo absoluto e incondicionado, el arte lo es con plenitud. Las obras de arte sólo pueden ser grandes sobre la base de esta grandeza primordial.
A medida que se gesta en la Edad Moderna el arte como estética, se acelera la caída del «gran arte». No es que la calidad artística baje de tono o el estilo sea menos valioso. Es que el arte «pierde su esencia», que era «expresar la inmediata relación al absoluto, implantar decisivamente lo absoluto como tal en el ámbito del hombre histórico». Según Heidegger, en el momento en que la estética como teoría del arte alcanza su perfección (el momento de mayor altura, amplitud y rigor), «el gran arte, ha terminado». Hegel representa ese momento. Hegel tiene conciencia de que con él la estética llega a su cima y a la vez muere «el gran arte». Las lecciones sobre estética profesadas por última vez en 1828-1829 en la universidad de Berlín son la última y gran estética de Occidente. Heidegger extracta de ellas estas frases: «Al menos necesidad absoluta no hay para que la materia sea expresada en el arte.» «El arte, en su más alto destino, es y seguirá siendo para nosotros un pasado.» «Ya han pasado los bellos tiempos del arte griego, lo mismo que la edad de oro del bajo Medievo.» Hegel declara que el arte pertenece ya al pasado. Repetidamente se le ha objetado que desde 1830 las obras de arte han seguido proliferando. Hegel no predijo su extinción, sino sólo «el fin del gran arte». Las obras de arte han pasado a ser objeto de goce estético para ciertos sectores de la sociedad; es la mejor demostración de que el arte ha perdido lo que Heidegger llama «el poder de lo absoluto», su «absoluto poder».
Entonces ¿qué puesto ocupa el arte en la existencia humana a partir del siglo xix? Hay un conato de restauración bajo el lema «obra general de arte». R. Wagner es su inspirador y ejecutor. Se trata de un ensayo de unificación de todas las artes en un «arte universal»; se intenta, ante todo, elevar el arte a la categoría de fiesta de la comunidad popular; se quiere hacer del arte «la» religión. La música asciende al rango de arte fundamental. En la ópera se ponen a su servicio las restantes artes. En la música prevalece el sentimiento, el flotar «en el mar sin fondo de las armonías», la embriaguez y la disolución en la pura emoción. Lo decisivo es la «vivencia». La obra de arte es sólo un «estímulo de vivencias». Heidegger cita las palabras de Wagner: «La orquesta es, por decirlo así, el suelo del sentimiento infinito, universal, desde el cual el sentimiento individual de cada actor puede crecer hasta la más alta plenitud.»
La «obra general de arte» es una fiesta universal, pero fiesta en que todo se disuelve en lo impresionista, aéreo y vaporoso, en el reino de lo inmenso, ilimitado e indeterminado, sin ley y sin claridad. El arte vuelve a ser, en cierto modo, «necesidad absoluta», pero lo absoluto se «vive» ahora como puro sentimiento y puro flotar en la nada. Wagner encontró en la obra maestra de Schopenhauer «El mundo como voluntad y representación» la confirmación metafísica de su arte.
El ensayo grandioso de Wagner no podía menos de fracasar. Con él la degradación estética del arte llega al extremo. El estado emocional determina la concepción y valoración del arte. El sentimiento, abandonado a sí mismo, queda expuesto a una creciente barbarización. Estamos en el reino de lo desmesurado. Es uno de los puntos en que Nietzsche no congenió con Wagner. El lema de Wagner -escribió una vez Nietzsche- es «flotar y nadar», en lugar de «andar y danzar»; es decir, vaguedad en lugar de medida y paso.
La reflexión sobre el arte -estética- va derivando hacia la «historia del arte»; también hacia la psicología experimental: los estados emocionales como puros hechos son sometidos a observación, experimentación y mensuración. Lo «estético», además de objeto de investigación -histórica y psicológica-, es también una «actitud» humana junto a otras, como la actitud política, científica, religiosa, etc. Aparece el «hombre estético», producto típico del siglo xix. El «hombre estético» es el que busca por encima de todo el equilibrio y armonía de los sentimientos; su visión del mundo está condicionada por el ideal de la «existencia estética».
Nietzsche vio como nadie la situación y encontró la palabra para definirla: «nihilismo». Nietzsche extendió a «los supremos valores» (religión, moral, filosofía, etc.) el diagnóstico que Hegel había aplicado al arte: han perdido su capacidad de absoluto, su fuerza y eficacia para fundamentar la existencia histórica en medio de los entes. Después de haber sido disueltos estos valores en el arte, son absorbidos a una con el arte en la nada. Pero ya se sabe que Nietzsche pretende superar el nihilismo; no se resigna a que el arte sea definitivamente un pasado; aspira a convertirlo en futuro. De ese modo sigue, en el fondo, fiel a la orientación de Wagner. Mientras Hegel elevó la estética a metafísica del espíritu, Nietzsche va a hacer de su reflexión sobre el arte una «fisiología». «Estética no es otra cosa que una fisiología aplicada -escribe Nietzsche-: una investigación natural de los estados y procesos del cuerpo y de sus causas excitantes». Así se llega a la última consumación del arte como hecho estético; el «estado sentimental» es reducido, al fin, a excitaciones de los centros nerviosos, a «estados corpóreos».
Nietzsche eleva el arte a la categoría suprema y declara que el arte es más valioso que la verdad. Con ello se enfrenta con Platón, que había establecido que el arte, por ser mímesis, imitación, es inferior a la verdad, la cual manifiesta el ente mismo en su realidad

39. Esencia del arte

Contemporáneamente con esa meditación histórica del arte, Heidegger pronunciaba una conferencia sobre la esencia del arte. La esencia del arte se esconde en la obra de arte. De ahí que el camino más fácil para llegar a comprender la esencia del arte parece ser el análisis de la obra de arte. Así procede Heidegger, notando, sin embargo, el inevitable círculo en que se mueve su meditación -como sucede siempre que se trata de cuestiones últimas-: la esencia del arte se esclarece a través de la obra de arte; pero para entender lo que es la obra de arte se requiere alguna comprensión de la esencia del arte.
¿Qué es una obra de arte? Heidegger no contesta con una definición abstracta, sino presentándonos «la cosa» misma: una concreta obra de arte, el célebre cuadro de Van Gogh donde aparecen un par de zuecos. Lo que en la obra de arte «salta a la vista» es lo que tiene de cosa. La obra de arte es, ante todo, una cosa, con las peculiaridades que la hacen ser una «cosa especial». Y ¿qué es una cosa? Parece pregunta superflua, -ya que «todo el mundo» sabe la respuesta. Sin embargo, las respuestas de la filosofía a lo largo de la historia han sido discordantes; peor todavía, ninguna de ellas es satisfactoria. Heidegger acababa de dedicar un semestre en la universidad de Freiburg a la historia de la «cosa» (Die Frage nach dem Ding). Años más tarde -1950- volverá sobre el tema en una conferencia que contiene la respuesta de la plena madurez de Heidegger a la pregunta ¿qué es la cosa? En uno de los capítulos anteriores intentamos hacernos cargo de esa respuesta. Aquí Heidegger recoge las tres respuestas tradicionales: 1. Cosa es aquello en torno a lo cual se acumulan las propiedades de algo: to hypokeímenon (subjectum). Esta concepción de la cosa ha contribuido a configurar la estructura de la proposición enunciativa: un sujeto del que se predica un «accidente». No se ha resuelto todavía qué es lo primero, si la estructura de la cosa o la de la proposición; para incluir ambos sentidos, se habla de la cosa como «portadora de atributos». Heidegger advierte que esta interpretación «no es tan natural, a pesar de ser corriente»; se trata de la «naturalidad de lo que nos es habitual». En realidad, la idea corriente de cosa es «un atropello de la cosa». 2. El conjunto de los datos sensoriales, formando unidad (de síntesis, totalidad, forma, etcétera). Pero propiamente hablando no hay tales «datos» sensoriales; nunca oímos, por ejemplo, meros sonidos o ruidos; oímos la tempestad, el trimotor, un Mercedes, que distinguimos perfectamente de otra marca de coches; oímos un portazo, etc. Las puras sensaciones son una abstracción. 3. La tercera interpretación parece mantenerse en el justo medio: cosa es la síntesis de materia y forma; noción que conviene por igual a las cosas naturales y a las artificiales. En particular, parece explicar satisfactoriamente lo que la obra de arte tiene de cosa: la materia. La obra de arte sería una «materia formada». De hecho, este esquema es universalmente admitido en teoría del arte. Materia-forma es un concepto que se adapta bastante bien a las cosas que son instrumentos; pero no a las restantes: las «meras cosas» (término con que suelen designarse los entes no elaborados, en estado «natural») y las obras de arte. La «mera cosa» no posee esa afinidad con la obra de arte que tiene el instrumento por el hecho de ser algo fabricado; la obra de arte goza de una autosuficiencia -el «reposar en sí»- de que carece el instrumento. Así, el instrumento resulta ser una realidad intermedia entre la «mera cosa» y la obra de arte. No se puede pretender explicar con el esquema extraído del ser instrumental -materia-forma- las otras dos realidades. Lo cierto es que todavía no conocemos lo suficiente ni el ser de la cosa ni el del instrumento ni el de la obra de arte; y el concepto materia-forma tiende, más que a aclarar, a involucrar esas tres «especies» de cosas. No hay más remedio que prescindir de interpretaciones y examinar cada realidad por separado.
Encontramos un instrumento, sin ir más lejos, en el mismo cuadro de Van Gogh: el par de zuecos. Su ser es un ser-útil, un ser-para-algo. Para percibirlo hace falta ver el instrumento en acto (in actu, en su efectiva realidad), funcionando, por ejemplo, cuando la campesina anda con esos zuecos por el campo. Pero no es necesario salir al campo a contemplarlo: los zuecos por sí solos, por su mera presencia en el cuadro, nos dicen qué son, qué hacen, para qué sirven. «En el oscuro y gastado interior del zueco queda fijada la fatiga del andar laborioso. En la fuerte pesadez del zueco queda retenida la tenacidad de la lenta marcha a través de los surcos uniformes que se dilatan en el campo azotado por el rudo viento. En el cuero queda la humedad y saturación del suelo. Bajo las suelas pasa la soledad de los senderos al caer de la tarde. En los zuecos vibra la llamada silenciosa de la tierra, su callado regalo del grano maduro Y su misteriosa inacción en el árido yermo del campo invernal. A través de este instrumento corre la latente inquietud por la seguridad del pan, la íntima alegría por la superación de la penuria, la angustia ante la llegada del parto y el temblor ante el acecho de la muerte. Este instrumento pertenece a la tierra y queda guardado en el mundo de la campesina. A base de esta escondida pertenencia surge el instrumento como tal en su reposar en sí mismo.»
Se dirá que esta es una visión «desde el cuadro», es decir, demasiado artística. Los zuecos reales son los de la campesina, y esta no ve nada de lo descrito; simplemente se los pone y los lleva puestos. El ser del instrumento es, esencialmente, la utilidad. Pero Heidegger piensa que ese «llevar los zuecos puestos» no es operación tan simple como parece. «Siempre que la campesina, al anochecer, fatigada con un duro pero sano cansancio, se quita los zuecos y los requiere de nuevo apenas despunta la aurora, o en día de fiesta los deja arrinconados, experimenta todo eso sin necesidad de reflexionar ni teorizar. Ciertamente, la instrumentalidad del instrumento consiste en su servicialidad. Pero esta a su vez se funda en la plenitud del ser esencial del instrumento. Nosotros lo denominamos la seguridad. Gracias a ella la campesina responde, a través de este instrumento, a la silenciosa llamada de la tierra; en virtud de la seguridad del instrumento está ella misma segura de su mundo. Para ella y para quienes viven como ella, mundo y tierra existen sólo así: en el instrumento. Decimos "sólo" y decimos mal; pues es la seguridad del instrumento la que confiere a ese mundo elemental su condición acogedora y asegura a la tierra la libertad de su constante embate.»
La utilidad -contra lo que se cree- tiene su raíz en la seguridad. Sin esta, aquella nada sería y degeneraría en inseguridad. Así sucede de hecho. Al gastarse el instrumento, lo primero que se gasta es el uso mismo: se hace «costumbre»; ya no reúne en sí tierra y mundo ligándolos a nosotros. El instrumento se convierte entonces en mero instrumento; sólo le queda la «gastada utilidad». Desaparece la seguridad, sustituida por el imperio de la rutina. Al final, el instrumento adopta para nosotros la apariencia de una materia en la que se ha plasmado una forma.
La esencia del instrumento se nos ha revelado como consistiendo en seguridad. Pero, por este rodeo, Heidegger llega de pronto a lo que buscaba: la esencia de la obra de arte. El ser del instrumento -de los zuecos- no se nos ha revelado por la descripción y explicación de unos zuecos reales ni del proceso de su fabricación ni por la observación de su uso, sino por la simple contemplación de un cuadro de Van Gogh. Este nos lo ha dicho todo. El secreto no está en que el cuadro nos presenta gráficamente, con más nitidez que la realidad, el par de zuecos, sino en que en la obra de arte se «pone de manifiesto» lo que es un instrumento. En la obra de arte acontece la patencia o verdad de algo: se «pone en obra» la verdad del ente.
Pero la esencia de la obra de arte ha sido siempre la belleza. La verdad pertenece a la lógica. ¿Se evita la paradoja diciendo que el arte es «verdad» en el sentido de que es una copia de la naturaleza? Heidegger supone felizmente superada esta concepción «realista» del arte. El arte no es imitación de la naturaleza, ni servil ni «libre». Un templo griego no imita nada. Ni siquiera los poemas más realistas -Heidegger cita como ejemplo Der römische Brumen, de C. F. Meyer, puramente descriptivo- reproducen nada. El arte, simplemente, «pone en obra» la verdad. ¿En qué sentido?
La obra de arte es una patentización del mundo en su cuádruple constelación. Nos encontramos en este ensayo de Heidegger con una primera versión madura de su idea del «cuarteto». Es verdad que no aparece explícitamente uno de sus miembros: el cielo; la tensión tierra-cielo se nos presenta bajo la denominación «tierra-mundo». De ahí que el término «mundo» se resienta de cierta ambigüedad en la exposición de Heidegger, quien posteriormente preferirá reservarlo para designar la estructura total de «los cuatro».
Heidegger ejemplifica con una obra de arte no figurativo: un templo griego. «Una obra arquitectónica, un templo griego, no imita nada. Está simplemente en medio de un valle rocoso y quebrado. El templo encierra la figura del Dios y en esta ocultación, a través del abierto pórtico de columnas, la expone en el recinto sagrado. A través del templo el dios está presente en el templo. Esta presencia del dios es en sí misma el ámbito y el límite del recinto como algo sagrado. Pero el templo y su recinto no quedan flotando en lo indeterminado. El templo es lo que primariamente conecta y reúne en torno de sí la unidad de aquellas trayectorias y relaciones en las que nacimiento y muerte, desgracia y bendición, victoria y afrenta, esperanza y ruina, determinan la figura y el curso del ser humano en su destino. El ámbito imperante de estas relaciones abiertas es el mundo de este pueblo histórico. Sólo desde él y en él entra dentro de sí mismo para la realización de su destino.
«Alzándose, la obra arquitectónica descansa sobre el suelo rocoso. Este descansar de la obra extrae de la roca lo oscuro de su ruda -pero no violenta- resistencia. Alzándose, la obra arquitectónica hace frente a la tempestad que se abate sobre ella y así es como muestra la tempestad misma en su violencia. El esplendor y brillo de la piedra, que al parecer es sólo gracia del sol, es lo que pone de manifiesto la luz del día, la amplitud del cielo, las tinieblas de la noche. El seguro elevarse hace visible el espacio invisible del aire. La firmeza de la obra se destaca frente al oleaje del mar y con su quietud pone de relieve, por contraste, la furia de este. El árbol y la hierba, el águila y el toro, la serpiente y el grillo recortan así su figura y manifiestan lo que son. Este brotar y nacer y su totalidad lo denominaron los griegos, desde muy temprano, phýsis. La phýsis esclarece aquello desde donde y en donde funda el hombre su morada. Nosotros lo denominamos 'tierra'. Del significado de esta palabra hay que eliminar aquí tanto la representación de una masa solidificada como la meramente astronómica de un planeta. La tierra es aquello hacia donde el nacer retrotrae todo lo naciente, precisamente en cuanto naciente. En lo naciente está presente la tierra como aquello que oculta y protege.»
«El templo, alzándose, abre un mundo y a la vez lo retrae a la tierra, que de ese modo surge como suelo patrio. Pero los hombres y los animales, las plantas y las cosas nunca existen y son conocidos para luego, ocasionalmente, ofrecer el paisaje adecuado para el templo que un día se levantará. Nos aproximamos más a lo que es si pensamos a la inversa... » Sólo desde la obra de arte (u otras formas de verdad) son cosas las cosas, hombres los hombres, etc. La obra de arte -como el templo-, mientras se mantenga como tal -mientras los dioses no hayan huido del templo- funda mundo. Heidegger lo dice más expresivamente todavía con otro ejemplo: la imagen que en los juegos helénicos dedicaba el vencedor al dios, no era un recordatorio, sino una obra que hacía presente al dios mismo y en ese sentido era el dios. Otro tanto cabe decir de la obra literaria: la tragedia griega no era propiamente una representación escénica, sino la lucha misma de los nuevos dioses con los antiguos. La tragedia no habla de esa lucha, sino que la lleva a cabo al someter el lenguaje popular a una transformación que decidirá para el futuro qué era lo sagrado y lo profano, lo grande y lo pequeño, lo valiente y lo cobarde, etc.
En suma -concluye Heidegger-, la esencia de la obra de arte consiste en instalar (Aufstellen) un mundo. «Instalar» no es el mero «poner cosas»; es dedicar y celebrar. Dedicar es consagrar: poner lo sagrado como sagrado, evocando al dios para que haga acto de presencia. La celebración es la fiesta de la majestad y esplendor de Dios, en los cuales -no sólo tras o bajo ellos- Dios se hace presente. Donde hay tierra, hombres y dioses, hay mundo. La obra de arte abre un mundo y lo «deja estar».
¿Qué es mundo? El análisis del ser del hombre como ser-en-el-mundo en Ser y Tiempo (Sein und Zeit) obligó a Heidegger a un esfuerzo de clarificación de esta noción decisiva no sólo en su pensamiento, sino en toda la filosofía occidental. Ese esfuerzo se centró sobre todo en lo «destructivo», ya que Heidegger se enfrentaba con toda la tradición. También aquí, al repetir la pregunta a ocho años de distancia, se ocupa sobre todo en disipar malentendidos y procede por exclusión. Es más fácil acotar la esencia del mundo por negaciones que por afirmaciones. Mundo no es ni el conjunto de las cosas ni una «idea» que les sirva de lugar imaginario; ni es un «objeto», aunque es más ente que cualquier objeto. Ni la piedra, ni la planta, ni el animal tienen un mundo; en cambio, la campesina tiene un mundo y vive en él. Heidegger -como siempre que se trata de nombrar la cosa misma- recurre a lo que desde el punto de vista del pensar lógico es pura tautología: el mundo consiste en... «mundear» (im Welten). Si pudiéramos hablar aquí de definición, la única posible sería: el mundo es la «apertura». El. mundo es la apertura misma por la que las cosas adquieren «permanencia y urgencia, cercanía y lejanía, amplitud y estrechez». Mundo es el «espacio» que hace posible el advenimiento de los dioses, incluso la ausencia de los dioses se da en un mundo; más precisamente, es «un modo de mundear el mundo».
La obra de arte no consiste sólo en instalar un mundo, sino también en elaborar la tierra. También el instrumento supone elaboración; pero la materia en el instrumento se disuelve en la utilidad o servicialidad. La obra de arte -el templo-, al elaborar «materia», no la hace desaparecer, sino, al contrario, la destaca; en el templo la roca no sólo no pierde su ser, sino que ese ser es afirmado como tal. En la obra de arte «sale a relucir» el brillo del metal, la luminosidad del color, la vibración del sonido, la dicción de la palabra.. En suma, la obra de arte elabora la tierra. La tierra es lo cerrado e inescrutable. La pesadez de una piedra, el color, el sonido, son impenetrables al análisis, al cálculo matemático, a la explicación física; podemos reducir el peso a números y el color a vibraciones, pero entonces destruimos peso y color. Elaborar la tierra es «patentizarla como lo que se cierra».
Al elaborar, la obra misma se retira a la tierra. En este sentido no puede afirmarse que la tierra sea el material de la obra de arte; en general, no puede hablarse propiamente de una «materia» en la obra de arte. Sin duda el escultor «usa» la piedra y el pintor las sustancias colorantes y el poeta las palabras; pero el escultor no «gasta» la piedra ni el pintor los colores ni el poeta las palabras, sino, al contrario, hacen que la piedra sea piedra, colores los colores y palabra la palabra. Heidegger duda de que pueda hablarse de una «materia» incluso en el campo del instrumento; el esquema materia-forma, pensado originariamente para explicar la esencia del instrumento, probablemente es insuficiente.
La unidad de mundo y tierra consiste en una pugna o forcejeo mutuo. El mundo trata de clarificar la tierra; esta se obstina en reincorporar al mundo, retenerlo y abrigarlo. Ese carácter de lucha no destruye la unidad; peleándose se afirman mundo y tierra recíprocamente. El mundo es mundo de la tierra, como la tierra es tierra del mundo; es decir, el mundo no es pura claridad, sino la claridad de lo que tiende a ocultarse, y la tierra no es pura ocultación y cerrazón, sino la ocultación de una claridad. La esencia de la obra de arte consiste no en liquidar esa lucha, sino en sostenerla. No otra cosa es el «reposar en sí» de la obra de arte, de que habla Heidegger.
Ahora se comprende que Heidegger defina la obra de arte como una de las maneras de patentizar la verdad. Al ser una lucha entre apertura y encubrimiento, entre iluminación y ocultación (mundo-tierra), la obra de arte realiza la esencia misma de la verdad. Heidegger había insistido ya en Ser y Tiempo en la noción de verdad como alétheia, des-cubrimiento. Pero había subrayado sobre todo el lado de patentización, dejando un poco en la penumbra el otro: el correspondiente a la tierra, la ocultación. Al decir desnudez, des-cubrimiento (Unverborgenheit), se dice ya a la vez ocultamiento.
La patentización es a la vez ocultación, aunque sólo fuera en el sentido de que tras de lo patente hay zonas de realidad que no alcanzamos. Pero hay, además, una ocultación que está en la entraña misma de la patentización: es la «apariencia»; unas cosas ocultan a otras, las desfiguran y nos hacen confundirnos y equivocarnos. La verdad incluye esa doble negatividad. En este sentido, la verdad implica esencialmente la no-verdad. No se trata de un defecto; la verdad es un «claro», un espacio abierto en medio de los entes; pero el claro lo es sólo como un surgir desde el fondo oscuro. La verdad sólo es verdad en la lucha originaria entre encubrimiento y des-encubrimiento.
Cuantos sean los modos de acontecer la lucha original entre iluminación y ocultación, entre mundo y tierra, otros tantos serán los modos de verdad. Heidegger habla de «unos pocos modos». Uno de ellos es la obra de arte; consiste en «instalar un mundo y elaborar la tierra», es decir, «poner en obra» la verdad. En el cuadro de Van Gogh, al hacerse patentes el par de zuecos en su ser de instrumentos, se des-cubre el ente en su totalidad, mundo y tierra en su juego antagónico. Cuando la patentización se ha logrado convenientemente, hay belleza. «Belleza es una manera de hacerse presente la verdad.»
Hasta ahora Heidegger nada ha dicho de la obra de arte como creación. Si algo define a la obra de arte es, según parece, lo que tiene de creación o producción. Pero ¿qué es creación? El sentido de la creación artística sólo puede aclararse desde la obra misma. De esta ha afirmado Heidegger que es un modo de acontecer la verdad. Se podría definir en ese sentido el crear artístico como un «poner de manifiesto la verdad en un ente producido», v. gr., en el templo griego. El crear artístico es un producir que coloca a un ente en lo «abierto»; tiene lugar cuando el crear revela la lucha entre esclarecimiento y ocultamiento que sostienen mundo y tierra en su mutuo antagonismo.
La creación de la obra de arte requiere el concurso de la tierra. Pero no para que el artista pueda «usar» de ella como «materia», sino para liberarla hacia sí misma. Por eso la creación artística no es nunca propiamente una actividad artesana. Esta -confección de un instrumento- no tiene como resultado directamente la verdad; fabricar un instrumento significa prepararlo para que esté listo para el uso. Se trata en uno y otro caso, de producción de un ente. Pero en la obra de arte la producción surge en el seno de la obra misma y se patentiza en ella. Sin duda, pertenece a la esencia de todo instrumento el ser elaborado o confeccionado; pero ello, lejos de ponerse de manifiesto en el instrumento mismo, se disuelve en la servicialidad. Por el contrario, la obra como creación es una constante «exposición de sí misma». En la obra de arte está en acto (in actu, en la realidad efectiva) la producción como tal.
La obra de arte no sólo requiere ser creada, sino también conservada. No hay obra de arte sin conservación. Pero conversación no es aquí el mantenimiento material de la obra de arte y su transmisión a la posteridad. Conservación es el hecho de que los hombres entren en la obra de arte y por ella en la patentización del ente, tomando parte en la lucha que se lleva a cabo. Esto requiere un saber y un querer previos al puro conocimiento y puro querer, el saber y querer implicados en lo que Heidegger llamaba en Ser y Tiempo «re-solución» o «decisión»: la entrada en el juego de desvelación del ente, en la apertura del ser que se opera en la obra de arte.
A esta altura de su meditación Heidegger vuelve sobre la cuestión de la obra de arte en cuanto cosa. Ante todo advierte Heidegger que, en rigor, preguntar qué sea la obra de arte en su ser de cosa es ya «objetivarla», es decir, no es -contra lo que parece- preguntar por «ella misma», sino por el aspecto que ofrece desde una perspectiva nuestra: la del conocimiento objetivante; es «no dejarle ser». Sin embargo, preguntar qué es la obra de arte en cuanto cosa no carece de sentido; es verdad que no puede alcanzarse la esencia de la obra de arte partiendo de lo que tiene de cosa; pero, en cambio, a base de lo que es la obra de arte como tal puede hacerse alguna luz sobre la cuestión de qué es una cosa como cosa Aportar alguna luz tiene aquí su importancia, ya que es precisamente la interpretación comúnmente aceptada de cosa lo que más estorba para la comprensión de la obra de arte e incluso del instrumento y de la esencia de la verdad.
La perspectiva en que hay que colocarse para ver la cosa como cosa no es ninguna de las tradicionales -mencionadas al comienzo de este apartado-, sino la pertenencia de la cosa a la tierra. Ya se sabe que para Heidegger tierra es «lo que se cierra y lo que sostiene», que se revela como tierra en su antagonismo con el mundo y que el duelo singular entre ambos se hace patente -entre otros modos- mediante la obra de arte. Pues bien, así como la esencia del instrumento se nos revela propiamente en la obra de arte -los zuecos en el cuadro de Van Gogh-, otro tanto cabe decir dii la coseidad de la cosa: nunca sabemos claramente lo que es una cosa hasta que la obra de arte nos la pone delante.
Heidegger a través de la obra de arte perseguía la esencia del arte: ¿qué es arte? Si en la obra de arte se «pone en obra» la verdad, podríamos definir, sin más, la esencia del arte haciéndola consistir en ese «poner en obra» la verdad. Resulta así que el arte es poesía (Dichtung), ya que la verdad como iluminación y ocultación acontece radicalmente en la poesía; poesía es la desnudez originaria; por ello Heidegger pone en duda que la esencia de la poesía pueda explicarse a partir de la fantasía. La esencia del arte es poesía, porque la esencia de la poesía es «fundación de la verdad en el sentido de la palabra (también en español): donación, instalación o implantación, comienzo. El arte es, como la poesía, donación, desbordamiento y regalo; no es algo que «se sigue» de lo anterior; lo anterior queda más bien refutado por la obra de arte. Es una instalación, porque el arte extrae su obra de la tierra, del fondo oculto que nos sustenta; crear no es un genial inventar, como ha creído el sujetivismo moderno, sino un «ir a tomar el agua de la fuente»; el arte no toma su don de lo anterior, de lo consabido y corriente; pero tampoco viene de la nada. Arte es, finalmente, comienzo; comienzo que suele tener muy lenta gestación y que, a la vez, incluye de manera encubierta el futuro. El comienzo tiene lugar cuantas veces el ente en su totalidad exige apertura y des-velación. Por primera vez en Occidente acaeció en Grecia, que determinó con su arte de una manera decisiva lo que en el futuro había de entenderse por «ser»; de nuevo en la Edad Media (el ente como lo creado) y en la Edad Moderna (el ente como objeto de representación y cálculo).
Comienzo de arte es comienzo de historia. Historia no es en Heidegger una serie de acontecimientos -de cualquier modo que se interprete esa serie-; es el acontecimiento de ingresar un pueblo en su más peculiar destino. El arte es, por lo mismo, esencialmente histórico; no en el sentido obvio de que está sometido, como todo, a los azares del fluir histórico, sino en cuanto que funda historia.
El arte es «origen» porque hacer surgir («saltar», Ur-sprung) la verdad del ente en la obra y con ello la existencia histórica de un pueblo ¿Lo es también en nuestro tiempo?, ¿puede serlo?, ¿bajo qué condiciones? Heidegger deja en el aire estas preguntas. Tampoco pretende -sería insensato- forzar al arte para que tome una determinada orientación; el futuro del arte no se puede forzar ni está bajo el dominio del puro querer humano. Heidegger sólo invita a una reflexión (Besinnung) sobre el arte; esta reflexión, por sí impotente y de ninguna eficacia, es sin embargo, condición necesaria para preparar «el ámbito a la obra, el camino a los creadores, el lugar a los conservadores».
Hasta ahora la reflexión sobre el arte ha sido estética. La estética explica el arte desde la vivencia. Heidegger sospecha que la vivencia es el elemento en que el arte muere; sólo que el morir histórico dura siglos. Coincidiendo precisamente con esa muerte del arte, se comenzó a hablar de la «eternidad» de las obras de arte y de los valores artísticos como «valores eternos». Lo cierto es que la tesis de Hegel en sus Lecciones sobre estética sigue en pie, al menos en forma de pregunta. La convicción íntima de Heidegger es que el arte ha dejado de serlo desde hace siglos, en rigor desde el nacimiento de la «filosofía» griega, que se constituye como metafísica. La metafísica ha sido el fundamento del arte occidental. Si este arte ha de revivir en el futuro, no será sobre la base de la metafísica, sino de la revelación del ser. La meditación de Heidegger busca la esencia del arte en el área de la verdad del ser. Para la doctrina tradicional la esencia del arte no era la verdad -y menos la verdad del ser-, sino la belleza como objeto de «placer estético». Pero la belleza -observa Heidegger- «no es algo que se da además de la verdad». Cuando la verdad del ser se realiza en la obra de arte, se manifiesta; la belleza no es sino esa manifestación (das Erscheinen). La belleza «pertenece al acontecer de la verdad». «La verdad a que pertenece la belleza es la verdad del ser.»
No era otra cosa la belleza para el «gran arte» y para los primeros pensadores de Grecia. Sólo esa mutua pertenencia de verdad y belleza explica el que hayan corrido igual suerte en la historia occidental. Heidegger hace desfilar como en proyección cinematográfica las sucesivas metamorfosis de la verdad del ser hasta nuestro tiempo, en conexión íntima con la belleza. Platón fundamenta la belleza en la forma (eidos); pero sólo pudo hacerlo porque la forma, a su vez, aparecía iluminada desde el ser; el eidos se revela a Platón como el ser del ente. La idéa (de eidos) se transforma en morphé; el compuesto de morphé e hýle -sýnolon, érgon- pasa a ser enérgeia. La enérgeia como modo de presencia se convierte en la actualitas del ens actu; la actualitas se transmuta en realidad (Wirklichkeit); esta, en objetividad (Gegenständigkeit); la objetividad se disuelve en «vivencia». La belleza viene a coincidir al fin, como al principio, con la verdad; pero no ya con la verdad del ser, sino con esa verdad que es resultado de la consumación de la metafísica: verdad del sujeto.


GUÍA DE PREGUNTAS

1. ¿Qué es el arte para Heidegger? 2. ¿Qué es la estética? 3. Relacione los conceptos de arte, estética, pensar y filosofía. 4. Describa los significados del arte como tekne. 5. Señale las perdidas que se derivan de pensar el arte desde el esquema materia/forma. 6. Caracterice el arte como estética a través de la historia. 7. ¿Cuál es la esencia del (gran) arte? 8. Explique la tesis de la muerte del arte. 9. ¿Por qué la estética wagneriana representa la degradación extrema del arte? 10. Relacione la muerte del arte con el nihilismo. 11. ¿Cómo es posible determinar la esencia del arte? 12. ¿De qué manera la obra de arte posibilita una respuesta a la pregunta por la esencia del arte? 13. Explique la siguiente proposición: “El arte simplemente pone en obra la verdad” [220]. 14. ¿En qué consiste la esencia de la obra de arte? Explique. [221] 15. ¿Qué significa “mundo”? Contraponga las nociones de mundo y tierra [222]. 16. ¿En qué sentido la obra de arte es una manera de patentizar la verdad? [223].


GUIA CONCEPTUAL

Heidegger: centralidad del tema del ser / diferencia con el tema del ente = metafísica



ARTE = Forma de patentizar el ser = VERDAD = Des-ocultar = arte como voluntad de poder

= donde lo absoluto e incondicionado se descubre al hombre

ESTÉTICA = teoría de la sensibilidad gusto/ belleza

parte del artista/espectador, no de la obra

= pérdida de la esencia = muerte del arte degradación (Wagner) -- estímulo de las vivencias

la reflexión deriva en historia del arte y psicología --

Hegel: el gran arte pertenece al pasado nihilismo (Nietzsche)

La estética comienza cuando el (gran) arte ha concluido.

estética lógica (filosofía) materia/forma

arte pensar tekne = forma peculiar de producir, hacer humano










saber conducirse entre los entes

[Conferencia sobre la esencia del arte]

La esencia del arte se esconde en la obra de arte.








círculo hermenéutico

Obra de arte = COSA sujeto de propiedades